terça-feira, março 09, 2004

Pizarras y ordenadores
por Luis Ángel Fernández Hermana
in En.red.ando, 9.3.2004

¡Al agua, patos!

Cuando se mete en el mismo paquete a la educación y las tecnologías de la información, los maestros y profesores se echan a temblar y los fabricantes de ordenadores se frotan las manos. No es para menos. Para los primeros, la mención del uso de las tecnologías de la información e Internet suele ir revestida de un tono conminativo, casi de imperativo categórico. No se dice casi nunca qué hay que hacer en concreto con estos nuevos instrumentos tecnológicos, pero para el colectivo de enseñantes está claro que debería hacer algo con ellos, aunque el qué y el cómo le parezca una asignatura más bien oscura. A los segundos, les sopla el viento de cola: toda propuesta de incrustar las TIC en la educación -actividad a la que se están volviendo adictos los políticos, estén o no en campaña electoral- no tiene más remedio que hablar de inmediato de ordenadores porque, bien pensado, ¿de qué otra cosa van a hablar los políticos? ¿de qué hacer con los ordenadores? ¿de cómo trabajar con o en Internet en las escuelas? ¡Pero si no lo saben muy bien los profesores, ¿cómo lo van a saber ellos, que lo único que deben procurar es que "nuestros colegios cuenten con la dotación tecnológica más avanzada para afrontar la Sociedad del Conocimiento"?! Conclusión: la meta es un alumno, un ordenador, y lo demás son pamplinas.
Visto desde una cierta distancia, no cabe duda de que nos encontramos ante un enrevesado dilema. Acceso a Internet y ordenadores para poder acceder a la Red parecen las premisas ineludibles para dar el salto hacia eso que nosotros llamamos educación en red, y que para otros es la utilización de la informática e Internet en las aulas. Pero la diferencia entre una y otra política, entre la educación en red y las famosas aulas de informática, es posiblemente la que marque no sólo qué tipo de educación vamos a tener (y, por tanto, qué papel vamos a jugar en la Sociedad del Conocimiento), sino incluso su propia sostenibilidad económica y social.

La política actual, tanto en España como en la Unión Europea (y que también se sigue en muchos países de América Latina), pone el énfasis en dotar a los colegios de suficientes ordenadores como para afrontar con garantías la educación en un mundo interconectado. Nadie sabe con exactitud cuál es la cifra mágica: si uno por alumno, uno cada dos alumnos, 1:4, 1:8, etc. Nadie lo sabe, en principio, porque no está muy claro todavía qué hay que hacer con los "marditos ordenadores", como, en este caso, dirían los ratones. Si trasladáramos estas dudas a los libros, por ejemplo, sabríamos aproximadamente de qué clase de educación estaríamos hablando según la relación que tuviéramos de alumnos por libro. Como todos sabemos, no es lo mismo la relación de 1:1, es decir, cada alumno posee su propia dotación de libros, que si estos hubiera que compartirlos entre alumnos. No digamos ya entre escuelas.

Pero al no poder prefigurar, por ahora, esta relación entre los usos de Internet en la educación y la base tecnológica imprescindible para abordarla, hay otra cuestión tan, o más, importante, que queda escondida tras las bambalinas: el costo de la experiencia. Un ordenador no es lo mismo que una pizarra. Ni en coste, ni en amortización. Como dice la conocida metáfora sobre lo poco que ha cambiado la educación en el último par de siglos, si un extraterrestre que nos hubiera visitado en 1900 vuelve hoy, una de las pocas cosas que encontraría prácticamente en las mismas condiciones sería el aula: la pizarra (quizá hoy blanca en vez de negra), la agrupación de alumnos por edades, la relación entre profesor y alumnos, etc. La inversión en pizarras no ha sido, desde luego, el escollo para el desarrollo del sistema educativo.

La inversión en ordenadores es harina de otro costal. Estamos hablando de máquinas relativamente caras, cebadas con gigabytes de memoria, hartas hasta el eructo de programas (y licencias) de todo tipo para adentrarse en el mundo del futuro, y con una vida media de 4 o 5 años. En comparación con las pizarras, los ordenadores viven constantemente al borde del infarto. ¿Qué colegio, o sistema educativo, puede soportar esta tasa de renovación de su parque de ordenadores, sobre todo cuando éste ya no se reduce tan sólo sólo a un aula de informática, sino a un ordenador cada ocho, cuatro o dos alumnos? ¿De dónde sacará los recursos dentro de tres o cuatro años cuando cientos de PC comiencen a pedir aire para evitar la infoasfixia? ¿Asistiremos a auténticos "cracks informáticos" acompañados de revueltas estudiantiles porque las famosas tecnologías de la información se han quedado vetustas justo cuando explota en toda su gloria y esplendor la Sociedad del Conocimiento? Porque, si ahora no, se supone que para entonces ya sabremos qué hacer con tanta conexión y tanto ordenador en las aulas y habrá gente -profesores y alumnos- que sabrá qué es lo que pide y para qué.

El programa de Red.es para la educación supone una inversión en ordenadores de varios cientos de millones de euros. ¿Cuántas veces se puede poner en marcha un programa de esta naturaleza? El costo del programa actual excede con mucho a que cada colegio de España pida cada semana una pizarra nueva para cada aula durante un año. La diferencia, claro, es que las pizarras siempre se pueden reciclar. Los ordenadores también, pero no tanto, y hay que asumir el gasto de la renovación. Algunos centros educativos -lamentablemente, como sucede en todo lo que tenga que ver con la educación en red, las iniciativas suelen circunscribirse a algunos centros o algunas administraciones locales- están tratando de alargar la vida del problema buscando alternativas junto con algunas de las corporaciones de la informática.

Una de las soluciones es regresar al esquema de "cliente-servidor". Los colegios alquilarían servidores residentes en estas empresas y adquirirían terminales "relativamente tontos" conectados a dichos servidores. De esta manera reducirían el volumen de la inversión en máquinas y en programas -que estarían en los servidores- y la estructura tecnológica tendría dos o tres años más de vida que si ésta descansara en PC totalmente equipados instalados en las aulas. Hay muy pocos proyectos de este tipo en marcha, por lo que resulta difícil en estos momentos evaluar los pros y contras de esta solución, aunque, a primera vista, los centros educativos suelen ver con cierta desconfianza el depositar su información y conocimiento en máquinas que ellos no controlan directamente.

De todas maneras, el meollo del asunto permanece: ¿cómo se rentabiliza o amortiza la inevitable inversión tecnológica para integrar al sistema educativo en la Sociedad del Conocimiento? La respuesta, desde luego, está en los dos términos de la ecuación: Sociedad y Conocimiento. Es decir, por una parte, la socialización de la educación a través de la Red. Por la otra, la generación de conocimiento que permita socializarlo mediante proyectos basados en el desarrollo de metodologías y procedimientos protocolizables y transmisibles. En otras palabras, sistemas de educación en red que generen productos de conocimiento sintetizables, empaquetables, exportables y vendibles. La experiencia es uno de los activos más eficientes, productivos y rentables de la Sociedad del Conocimiento. La experiencia en la educación más todavía, por ser el eje transversal organizador de dicha sociedad.

La experiencia, en este caso, se basa en la capacidad para poner en pie proyectos de educación en red que permitan socializar los procedimientos y los resultados por encima de las determinaciones territoriales del sistema educativo. Es decir, creando territorios virtuales, "territorios en red", donde la educación se despliegue en proyectos que compartan recursos y conocimientos, integren a nuevos sectores sociales (como desarrolladores de materiales multimedia, pedagogos, investigadores, organizaciones civiles de distinta índole) y se abran a las problemáticas específicas de las comunidades locales.

Si se pone la carga de la prueba en la generación de contenidos y bases de conocimiento transmisibles, en vez de cargar las tintas en el número de ordenadores y las estructuras tecnológicas necesarias para soportarlos, entonces comenzaremos a apreciar la importancia de los procesos de alfabetización digital como sustrato imprescindible para desarrollar la educación en red. La elaboración y puesta en marcha de proyectos de esta naturaleza serán los que hagan emerger un sector de la educación, con su propia industria de la información, capaz de generar los recursos que hagan sostenible sus esfuerzos. De lo contrario, tan sólo avanzaremos a pasos agigantados hacia el clásico paradigma de "ordenadores para hoy, hambre para mañana".

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